LA GESTION EMOCIONAL DE LAS LESIONES

 

Recientemente alguien me habló del concepto japonés del kintsugi, que es el arte de reparar cerámica usando una mezcla de resina y polvo de oro, principalmente. Este término se emplea en muchos campos sorprendentemente diversos como metáfora de las cicatrices de la vida, del cómo gestionarlas e incluso sentirse orgullos@ de ellas. 

Sabía de su existencia, pero me encantó recrearme en la imagen de una cerámica rota en mil pedazos, pero unida con fuerza y por siempre con oro. Me hizo pensar no solo en las cicatrices emocionales, por ejemplo, en el judo, aquellas del día después de un fracaso, sino en las físicas, reconocibles a simple vista, en otras palabras, en las lesiones deportivas.

Mucha gente esconde cualquier suerte de cicatriz, sea emocional o física, pero incluso las físicas a menudo se esconden por lo que conllevan en el ámbito emocional.  Si nos ceñimos estrictamente al campo del deporte y, más específicamente, al judo, estas cicatrices, visibles o no, son el resultado de alguna lesión que ha llevado consigo las fases que marcan el kintsugi: el accidente, el ensamblar las piezas dañadas, la espera, su reparación y la revelación o resultado final.

A mi modo de ver, todas estas fases de alguna manera se solapan con la esfera emocional, ya que el accidente provoca un daño físico, pero también emocional. Podríamos afirmar que el ensamblaje, la espera y su reparación se podrían agrupar en el proceso de reparación de la lesión, los periodos de diagnóstico, reparación por cirugía o no, así como los tiempos de espera y aceptación emocional de todo el proceso. Una vez concluida la reparación, comienza el periodo de rehabilitación, que lleva consigo una gran dosis de tenacidad, paciencia, resistencia física y emocional, al igual que un reajuste de los objetivos como judoka. Si todo el proceso es completado con éxito, lo normal es que salgamos doblemente reforzad@s.

Pero no podemos olvidar que esa cicatriz está ahí por algo. Y a esa cicatriz le puede seguir otra. Con lo que esas cicatrices, en el caso de tener varias, van marcando el camino de l@s judokas, van forjando su personalidad, su capacidad de superación y su personalidad incluso fuera del tatami.

Nos recuerdan que debemos aprender de nuestros errores para evitar, llevad@s por nuestra ansia de volver a ser como antes, caer como pájaros hambrientos en la misma trampa. Nos hablan de la importancia de la aceptación de las idas y venidas de la vida de un judoka, de la toma de decisiones. Nos indican incluso el camino a seguir. Sobre cómo seguir nuestro camino, el magnífico actor estadounidense Morgan Freeman habla de confiar en nuestra voz interior. 

En definitiva, las lesiones deportivas dejan cicatrices, tanto físicas como emocionales, que incluso reparadas con la belleza del kintsugi, siempre estarán ahí y conformarán nuestra personalidad tanto dentro como fuera del tatami.

M. Mallo

Judo Club Terras de Santiago              

 

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